viernes, 26 de febrero de 2016








n medio de estos caminos, surgía en el Ecuador una expresión que, sin terminar de limpiarse  del influjo de fines del siglo XIX, entraba a descolocar al canon funcional que el modernismo dibujó en la conciencia colectiva de la poesía.
Nace el posmodernismo (inmediatamente después de la tendencia rubendariana) y se logran condensar estupendos cultores de poesía: a mí juicio, la mejor fue una mujer: Aurora Estrada y Ayala[14] (de haber sido 21 y no 20 la muestra, ella hubiera ocupado este lugar). La gran posmodernista nuestra nos entregó una gran cantidad de poesía abierta a las nuevas connotaciones y al tiempo. Justo en el límite entre la música y la forma de los herederos y bastardos de Rubén Darío y la poesía de renovación y escándalo.
Aurora Estrada reivindica el discurso femenino con un gran poema de estructura modernista y fondo vanguardista, en donde el tema central es el erotismo como una espada que rompe la tradición, en el hermoso soneto “El hombre que pasa”:


EL HOMBRE QUE PASA

Es como un joven dios de la selva fragante,
este hombre hermoso y rudo que va por el sendero;
en su carne morena se adivina pujante
de fuerza y alegría, un mágico venero.

Por entre los andrajos su recio pecho miro:
tiene labios hambrientos y brazos musculosos
y mientras extasiada su bello cuerpo admiro,
todo el campo se llena de trinos armoniosos.

Yo, tan pálida y débil sobre el musgo tendida,
he sentido al mirarlo una eclosión de vida
y mi anémica sangre parece que va a ahogarme.

Formaríamos el tronco de inextinguible casa,
si a mi raza caduca se juntara su raza,
pero el hombre se aleja sin siquiera mirarme

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